El conomiento nutricional de los padres y el entorno en el que el niño se alimenta son claves para que se mantenga un buen estado de salud durante su crecimiento y evitar futuros problemas de sobrepeso y obesidad.
Es de sobra conocido que el ambiente familiar tiene una importancia crucial en el estado de salud de sus miembros más pequeños, los niños.
Los padres son los responsables de las primeras experiencias con alimentos de sus hijos y, aunque muchas veces no son del todo conscientes de ello, tienen el poder de modelar las preferencias y gustos de sus hijos por los alimentos.
Los padres son el modelo a seguir y sus hábitos y comportamientos alimentarios se transmitirán de forma más o menos voluntaria influyendo en la salud de sus hijos.
Como ya indicaban algunos expertos tanto la restricción, la presión o la excesiva permisibilidad en la alimentación de los niños suele conducir al desarrollo de malos hábitos de alimentación que les aumentan el riesgo de padecer sobrepeso y obesidad.
La alternativa a estas prácticas es fomentar el gusto por alimentos más sanos.
Si unos padres no consumen de forma habitual frutas y verduras, sus hijos tampoco lo harán y menos si son “obligados” a ello.
Por este motivo, en la práctica clínica, el análisis del entorno familiar está cobrando gran importancia dejando de centrarse en el paciente en particular para tratar a todo el núcleo familiar cuando un menor se ve afectado.
Recomendaciones
A modo de prevención general, los expertos proponen una serie de recomendaciones para mejorar el entorno familiar de alimentación. Éstas son aplicables a partir de los 12 meses de edad, que es cuando los niños empiezan a tener autonomía en su alimentación:
– Dar ejemplo eligiendo alimentos saludables y haciendo “entrecomidas” y que el niño lo vea y comparta el momento.
– Evitar preparar comidas separadas para el niño aunque la suya se presente de modo más llamativo o de forma que pueda cogerlo con las manos (sobre todo si es pequeño aún para usar utensilios).
– Establecimiento de rutinas en torno a lugar y la hora de comida.
– Asegurarse que los niños están sentados en una posición cómoda, bien apoyados.
– Fomentar que el tiempo de comida sea divertido, hablando de temas que no tengan que ver con la comida pero evitando distracciones tales como la televisión, los juguetes, etc.
– Evitar discusiones sobre el alimento. Hablar con afecto y escuchar sus argumentos de por qué le gusta o no le gusta una comida.
Esa información puede usarse en futuras comidas, por ejemplo, para mezclar las cosas que menos le gusten con las que más.
Sigue siendo conveniente que los padres o responsables de la alimentación del niño tengan conocimientos sobre lo que es una alimentación sana para que al hacer la compra se apliquen esos conocimientos.
Esto hará que en el hogar estén más accesibles a los niños los alimentos que le convienen en cada momento de su crecimiento y desarrollo.
Conclusión
A la hora de tratar a un niño con obesidad, es imprescindible implicar a los padres y desarrollar un programa de intervención que modele el comportamiento alimentario familiar dirigiéndolo hacia hábitos más saludables.
Fuente: Sociedad Española Dietética y Ciencias de la Alimentación